2 de febrero de 2010

el cuento de la isla desconocida.

Hasta mañana, yo voy para este lado y el hombre respondió: Y yo para éste, hasta mañana.
No dijeron babor o estribor, probablemente porque todavía están practicando en las artes.
La mujer volvió atrás: -Me había olvidado (se sacó del bolsillo dos cabos de velas) los encontré cuando limpiaba, pero no tengo cerillas.
-Yo tengo, dijo el hombre.
Ella mantuvo las velas, una en cada mano, él encendió un fósforo, después, abrigando la llama bajo la cúpula de los dedos curvados la llevó con todo el cuidado a los viejos pabilos, la luz prendió, creció lentamente como la de la luna, bañó la cara de la mujer de la limpieza, no sería necesario decir que él pensó -Es bonita- pero lo que ella pensó, sí -Se ve que sólo tiene ojos para la isla desconocida- he aquí cómo se equivocan las personas interpretando miradas, sobre todo al principio.

Ella le entregó una vela, dijo: -Hasta mañana, duerme bien.
El quiso decir lo mismo, pero de otra manera: -Que tengas sueños felices- fué la frase que le salió. Dentro de nada, cuando esté abajo, acostado en su litera, se le ocurrirán otras frases, más espiritosas, sobre todo más insinuantes, como se espera que sean las de un hombre cuando está a solas con una mujer. Se preguntaba si ella dormiría, si habría tardado en entrar en el sueño, después imaginó que andaba buscándola y no la encontraba en ningún sitio, que estaban perdidos los dos en un barco enorme, el sueño es un prestidigitador hábil, muda las proporciones de las cosas y sus distancias, separa a las personas y ellas están juntas, las reúne, y casi no se ven una a otra, la mujer duerme a pocos metros y él no sabe cómo alcanzarla, con lo fácil que es ir de babor a estribor.

- José Saramago.