18 de mayo de 2013

Es caprichosa la Soledad... y ágil, muy ágil. Es una mañosa sin corazón.

De repente viene a visitarme y, contra ella no puedo. Nunca he podido decirle que no porque cuando llega, llega con paso fuerte y siempre llega con esa capa suya que me tapa la vista de todo, es una aprovechada. Me da un coraje que sea así, fría, insensible, tan sufrible.
A veces me digo a mí misma -ya, ya no le abras la puerta, no la voltees a ver para que sepa qué poco te importa- pero siempre termina haciendo algún que otro malabar que me hace voltear a mirarla. Es tan poco fácil de ignorarla...

Cuando duro mucho sin verla, hasta la veo bonita, hasta me gusta, hasta la quiero pero hay otras veces en que no la soporto. Bien decía mi abuelo Enrique -Ay, cómo me gusta cuando vienen a visitarme, pero más me gusta cuando se van- así me pasa con la Soledad. Lo único malo es que después agarra confianza y para que se vaya... está canijo. Ahí es cuando la sufro y me pesa en el corazón. Me pesa tanto que a veces me cuesta respirar.

Si les digo, esa Soledad es bien mañosa...

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